Por Abril García Mur
Entre la multitud, una compañera chequea por videollamada cómo anda su hija a la distancia. Si almorzó bien, si hace caso, si se duerme temprano. Antes de cortar, da vuelta su cámara y captura la enorme movilización transfeminista que está por recorrer la ciudad de San Luis. Emocionada le dice: «Saludá hija, elles son les que te van a cambiar el mundo». Se despide y se suma a la eterna columna de mujeres lesbianas travestis trans no binaries bisexuales intersexuales que por vez 35 nos encontramos para discutir política, deseo, futuro.
Este Encuentro no fue uno más, ningún encuentro es en realidad «uno más». No se puede volver rutinario ni costumbre construir el evento transfeminista más grande del mundo. Copar una ciudad entera, ocupar el espacio público sin cercenamientos morales para practicar el disfrute y la transformación de la política.
Pero este año, después de no vernos por dos, la plurinacionalización y el reconocimiento a las diversidades sexuales (que siempre estuvieron) marcó un hito histórico en el movimiento transfeminista argentino. Emociona ver la capacidad de auto transformación permanente de nuestro movimiento. Repensar sus bases, sus sujetos, sus cuerpes, sus territorios sin ese miedo conservador que aparece en otras expresiones políticas ante la posibilidad de ampliar, de incluir, de diversificarse. Y todo esto en un contexto global en donde prima la exclusión, la marginalización, el odio a la diversidad, y el miedo. A pesar de todo, les hicimos el encuentro (que momento!).
Derecho a vivir una vida transfeminista
La movilización de miles de mujeres lesbianas travestis trans no binaries bisexuales intersexuales de distintos rincones de nuestra plurinación para encontrarse refleja el profundo reclamo por nuestro derecho a vivir una vida transfeminista. Es decir, una vida en la que, esencialmente, no esté en juego nuestra mera existencia (como piso escalofriantemente mínimo) pero que también se base en el cuidado, el deseo, el goce, el disfrute. Ranchear la plaza, tomar la calle, llenar las escuelas, construir política, bailar desaforadamente, llorar, abrazar, reírse.
Reunirse federalmente, y también regional y globalmente, para seguir tejiendo esta red histórica que empezaron nuestras viejas y con las que nos comprometimos a ser muchas generaciones más las que continuemos su profunda convicción y compromiso con una vida libre de violencias y llena de igualdad en la diversidad. La vida transfeminista que queremos se hace realidad como un sueño ese fin de semana de dormir pegadites por el frío, de llenarnos de tierra, de caminar cuadras y cuadras para llegar al taller, de atravesar toda la ciudad el último día para saludar a otras mujeres, diversidades, niñas, niñes. Compañeras y compañeres que probablemente por primera vez puedan sentirse más cerca que nunca de ese sueño colectivo.
El Encuentro del post
La desmovilización general de la pandemia se suma, como bien compartía la compañera, a un interrogante para nuestro movimiento producto de la histórica victoria por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Aunque todavía su efectiva implementación se adeuda en muchos rincones, ese hito nos propone el desafío de seguir pensando cómo el transfeminismo copa la discusión pública, la discusión en la mesa, en la escuela, en el laburo, en el grupo de amigues. Debemos reconocer que todavía, y probablemente por mucho tiempo, tenemos demandas latentes y transversales que tenemos que articular e impedir que se diluyan en un mundo de relativización de todos nuestros derechos, hasta el de vivir. Eso nos da nuestra única ventaja ante la desigualdad: ser un movimiento que no tiene punto final hasta que tiremos a la mierda el patriarcado, el capitalismo extractivista, el neoliberalismo excluyente, el fascismo violento.
Encontrarnos de nuevo, después de esos post, siendo realmente miles (como nos venimos haciendo costumbre) fue la reconfirmación de que no volvimos porque nunca nos fuimos. Estamos acá, todavía pensandonos hacia el futuro y recuperandonos de una pandemia que afectó de manera desproporcionada a las mujeres y diversidades sexuales. Pero estamos más acá que nunca, que nadie se confunda, que la latencia no es desmovilizació. Nuestro movimiento lejos está de regirse por lógicas políticas del efectismo y el conteo de porotos. Como dijo otra compañera en el mismo taller “los feminismos somos la práxis concreta de la unidad en la diversidad”, y eso precisa de una profunda escucha mutua para construir nuestras nuevas viejas agendas.
El legado de las viejas y les viejes
Y en eso, no podemos dejar de mencionarlas a ellas. “Madres de la plaza, el pueblo las abraza”, cantamos todes cuando en la apertura se mencionó a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Reinas del legado si las hay, de la paciencia, de la resiliencia, de la profunda confianza en nuestro pueblo.
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