Balas, odio, misoginia y antidemocracia: nos queda el amor del pueblo

Por Abril García Mur

Se ha roto el pacto democrático. Una vez más. Diría que por tercera vez en Argentina. Los carapintadas durante las pascuas alfonsinistas, la represión feroz de De La Rúa en 2001 junto con el saqueo de los ahorros y el hambre de millones argentinas y argentinos, el intento de magnicidio a las dos veces presidenta constitucional y actual vicepresidenta de nuestro país.

Pero lo que pasó ayer, no solo es un nuevo quiebre de la democracia que con tanta lucha nos costó conseguir, sino que es un hecho de violencia política sin precedentes desde 1984 (vale recordar que hay compañeres desaparecides en los inicios del 83). Un hecho de violencia política a la conductora del movimiento peronista, un hecho de violencia política a la primera mujer presidenta electa, un hecho de violencia política a una mujer con una centralidad política solo comparable con Evita. El intento de magnicidio a Cristina Fernández de Kirchner es un desenlace terrorífico de un largo proceso de odio y antidemocracia que protagoniza la derecha argentina hace más de 15 años.

Los gobiernos de Néstor y Cristina, como amenaza real a los poderes concentrados de nuestro país, alzaron a la derecha en su diversidad en una cruzada que, a pesar de las diferencias internas, tiene un acuerdo común: mí reino por destruir al peronismo. Esa derecha que confunde por su diversificación y los sectores que simulan ser de centro, y que genera que incluso reconocidos sociólogos le hayan dado la virtud de democrática. Sería incorrecto de mí parte homogeneizar a todes sus dirigentes como golpistas. No todes lo son, es cierto. Pero lo que sí es un deber señalar es que todes les que forman parte de esos espacios avalan, a veces desde el silencio, el discurso golpista de sus colegas o sus simpatizantes. Discurso cargado de odio, violencia y antidemocracia.

Un diputado nacional pidiendo pena de muerte, dirigentes reclamando un «ellos o nosotros», manifestantes con bolsas mortuarias y muñecos en la horca, diputadas burlándose del intento de magnicidio afirmando que es una performance. Y lo peor: la utilización de una fuerza de seguridad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para reprimir, perseguir y encarcelar virtualmente a la vicepresidenta. Todas expresiones de un odio acérrimo al peronismo, pero más ampliamente a aquella o aquel que piense distinto. Porque eso es la antidemocracia, desear que aquelles que estamos enfrente vivamos con miedo, con violencia, con el peligro de poder sufrir las peores cosas por pensar lo que pensamos. La antidemocracia también es usar a las instituciones del Estado para dar órdenes políticas contra tus adversaries. Deberíamos escribir otra nota analizando la gravedad institucional y el claro precedente que tiene el uso político por parte de Horacio Larreta de la Policía de la Ciudad. Si la policía golpea diputades por orden de su Jefe o filma a manifestantes para perseguirle ¿cómo no sentirse impune para matar a la vicepresidenta?

El intento de magnicidio a la vicepresidenta de todes les argentines es una amenaza principalmente a su vida, pero también a la de todes. A la de cada persona que decida expresarse, participar, movilizarse, especialmente si es peronista. Es una amenaza a un sistema que con muchísimas deudas, demasiadas diría, nos ampara en nuestro derecho a decidir y activar. No es poca cosa, para nada. Las consecuencias de la no democracia en Argentina siempre son a base de sangre, dolor, injusticia y hambre para el pueblo. Por eso es tan importante defenderla entre todas, todes, todos.

Mí abuela me pregunta angustiada si no es peligroso para mí y mis amigues hacer política a partir de ahora. Movilizarnos. Hablar. Salir. Encontrarnos. Pregunta de ciudadana argentina que vivió los momentos más oscuros de las dictaduras feroces. Pregunta que antes de ayer me hubiera hecho contestar, tal vez un poco risueña, «no abuela, eso era en otro momento. Por suerte estamos en democracia». Pero hoy esa respuesta fue un rotundo sí. Sí, es peligroso. Eso no quiere decir que debamos vivir con miedo, no. Eso quiere decir que debemos dejar de dar por sentado que en nuestro país no es posible revivir la violencia política. Que la democracia está saldada y quieta. Que a nosotres no nos pasa lo que en Bolivia, en Brasil, en Honduras, en Chile o en Paraguay. Los discursos de odio están extendidos, y se nutren principalmente de una estrategia regional que de novedosa tiene poco. El golpismo violento en Latinoamérica y en Argentina sigue siendo el as en la manga de mucha de la dirigencia política opositora. Y las fuerzas de seguridad ya han demostrado de qué lado de la mecha se encuentran.

Nos tienen miedo porque no tenemos miedo cantamos en las movilizaciones feministas. Las feministas sabemos bien de violencia, la vivimos de muy cerca todo el día, todo el tiempo. Sabemos que el miedo paraliza y otorga. Y sabemos que con nosotras no hay tutia, no hay pulso que tiemble cuando de adoctrinarnos se trata. El intento de magnicidio a Cristina no solo alecciona a la ciudadanía que participa, sino que también y fundamentalmente nos alecciona a todas las mujeres y diversidades que existimos y resistimos. Desde Cristina presidenta los varones misóginos nos han advertido que nos pasa a las mujeres que alzamos la voz. Y como decimos siempre las feministas, la violencia es un hilo que si no se lo corta su descenlace siempre es el mismo. Siempre es igual de trágico e irreversible. Con eso convivimos todos los días. Con eso convive una mujer, que además de ser mujer, representa, gobierna, milita, da pelea. No es casualidad. Los discursos de odio están cargados de misoginia. La misoginia es al odio lo que el patriarcado al capitalismo. Somos útiles cuando somos serviles, dependientes, silenciadas, y si no muertas.

Que hacemos ahora. Cómo se reconstruye un proceso largo y doloroso que busca prosrcibir al movimiento popular más grande de la Argentina, pero al fin y al cabo también a toda expresión democrática que no represente a los grandes poderes de nuestro país. Cómo se defiende a una mujer amenazada por su valentía, su política, su convicción, pero también ya por el mero hecho de existir. Cómo se cuida a aquella mujer, cómo nos cuidamos entres nosotras, entre nosotres. A quien le reclamamos si la justicia nos dan la espalda, o peor aún nos criminaliza.

Solo el pueblo salvará al pueblo. Y ayer el pueblo, o Néstor, o el amor, o todo eso junto la salvó. Y nos salvó a todes. Nos salvó a quienes la amamos y a quienes no. Porque el pacto democratico se ha roto pero todavía quedan esperanzas, queda política. Diferente sería la historia si todo ese amor acumulado no hubiera frenado esa bala. Es tiempo de abrir los ojos de aquelles que se han llenado de odio. Para ello hay dos imperantes: que se hagan cargo quienes alimentan la violencia, y que nosotres reafirmemos nuestro profundo compromiso de construir siempre desde el amor. No hay salida posible para nadie entre la sangre y el dolor. Ayer, hoy, y para siempre: todes con Cristina, todes por la democracia. 

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Abril García Mur

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