Por Juan Manuel Ciucci
En tiempos donde el fin de una era se aproximaba, y en que las calles nos iban contando los pormenores de aquella despedida que recién en diciembre terminó de estallar, para un sequito de fieles otra historia concluía. Pero a diferencia del final anunciado y estrepitoso del neoliberalismo en la Argentina, nadie sabía que también transitábamos en aquél lejano 2001 los últimos recitales de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.
A 20 años de aquella epopeya ricotera, con varios buquebus estallados y una Montevideo temerosa pero receptiva, aquellas misas en el “paisito” ofrecerían una de las mejores versiones de la banda en vivo, justo cuando se acercaba el inesperado final. Vuelvo a repetir “inesperado”, y es cierto que desde hacía años tanto los incidentes con las fuerzas de seguridad como las presiones de las autoridades generaban una incomodidad creciente en la banda. “Estoy hasta la pasta! / de misas cómicas… mal / A prueba de bobos y a las tres en casa / ¿Querés creer? Oh no!”, decía el Indio en Dr. Saturno, cuarto tema de Momo Sampler, el disco que presentaban en Uruguay y que sería el último de la banda. Cruzar el charco tampoco fue una decisión al pasar, no sólo por la comunión estética con el carnaval uruguayo que tenía la placa y que permitió que contaran por primera vez en su historia con “teloneros” locales, sino porque la posibilidad de tocar en suelo argentino venía complicada, más después de los accidentados recitales en River del año 2000.
Justamente en Dr. Saturno el Indio renombraba a Los Redondos como “la Orquesta Antibalas”, y así lo explicaba en la entrevista publicada por la revista La García a poco de sacar Momo Sampler: “No salió en la ficha técnica, pero íbamos a poner en el arte de tapa “La Orquesta estable del corsódromo”, pero no salió. La Orquesta Antibalas somos Los Redondos, porque más allá de que nos haya ido bien, y de que muy de vez en cuando uno haga hincapié en el tipo de resistencia que puede haber desde distintos lugares, es una banda que por el carácter de independencia es la que más ha estado con el culo al aire. Porque si viene un número extranjero y muere un tipo nadie se entera, y de pronto, el día que aparecen Los Redondos salís en policiales aunque estés metiendo 60 mil personas en Racing”.
En aquella extensa e interesante nota, donde a partir de la insistencia de los cronistas se explayó extrañamente Solari sobre sus letras, continuaba diciendo: “No hay columna de espectáculos o de la televisión diciendo que hay 60 mil tipos viendo a un grupo ahí. Lo ignoran olímpicamente. A mí me importa un queso, pero en última instancia eso es la Orquesta Antibalas: la que tolera cierto resentimiento, resistencia, y a veces cierta envidia de que uno, calzándose la boina, ha logrado un estado de libertad creativa y de producción, por ejemplo para que haya escapularios de 38 gramos. Mientras que fichado en una compañía siempre hay limitaciones de algún tipo, a excepción del amigo Calamaro, que logró que una corporación le banque un disco quíntuple. Esta es una banda que desde un andarivel aparte, a la que le han cueteado desde más de un lugar, se la ha bancado”. Esa sensación de tensión con la realidad circundante los acompañaba desde hacía muchos años, y encontró quizás en el grito iniciático de la misa en River su mejor expresión: “¡Bienvenidos al gueto!” aulló Solari al dar inicio.
En su biografía Recuerdos que mienten un poco, dirá sobre Dr. Saturno: “Es algo que estoy diciendo yo, sí: que estoy cansándome de las misas. ¿Podés creer? (Ríe.) Un par de versos destinados a sacudir un poco al que escucha, como cuando dije: El último show no murió casi nadie / se fue vacío el furgón de los fiambres. (…) Y la Orquesta Antibalas que menciono somos nosotros, claro. Porque todo el mundo nos tiraba con lo que tenía, y de todos lados. ¡La gente se olvida de eso!”.
Para las bandas era también el propio gueto la comunidad que se conformaba ante cada nueva misa, donde a partir de lógicas propias y códigos compartidos se podía transitar un tiempo de excepción, fundamental en aquellas décadas particularmente hostiles para la juventud. Ocupar cada ciudad donde tocaban se convirtió en un rito, y Montevideo no fue la excepción.
De los samplers en la emulación del carnaval
El 22 y 23 de abril del 2001 Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota pisaron tierras charrúas. Ya lo habían hecho algunos años atrás: en 1989 dieron cuatro recitales, de los cuales uno ha quedado en la escena virtual. En plena efervescencia rocanrolera, aquél recital en LASKINA BAR es sin dudas uno de los registros más frenéticos del poder en escena de la banda.
Pero la visita del 2001 estaba transitada por otros intereses estéticos y artísticos, que presentaban a una banda madura, en búsquedas que le permitieran exceder los sonidos rocanroleros que los habían convertido en un bien de consumo para las masas. Momo Sampler fue el segundo round para una escucha ricotera que no terminaba de comprender qué se proponían sus héroes por aquellas veredas de los sonidos electrónicos y los samplers invadiéndolo todo. El primer round había sino Ultimo bondi a Finisterre, y a la distancia parecen inverosímiles las discusiones que despertó por lo alejadas que estaban sus canciones de la ortodoxia que se suponía habían fundado sus propios autores…
Dice Solari en su biografía de este disco sin tracción a sangre: “Es que hubo muy poca participación de los músicos, con la salvedad de Skay. Yo estaba obsesionado con las nuevas posibilidades que me abría la tecnología. Venía medio embolado con lo que estaba haciendo en el marco de la banda: otra vez llevar una canción, para que los músicos la acompañen… Acá podía agarrar un groove y a partir de ahí empezar a construir algo, un edificio nuevo”. Y explica: “A mí me interesan más los David Bowie que los Eric Clapton de esta vida. Me resbalan los presuntos rockeros que producen música square. Mi negocio es la vitalidad. Con la guitarra hacía canciones, nomás. Pero de este modo reinventaba el juego y me divertía de nuevo. (…) Empecé a meterme en lo que se podría definir como “música de edición”. El rock de escenarios era más parecido al teatro y la música que me puse a hacer tenía más que ver con el cine: un horizonte de guitarras y bajos sobre el que iba sembrando obstáculos de sonido”.
Lo dicho: Momo Sampler es una obra conceptual, en la que participaron de modo muy limitado los músicos, y en el que la construcción de sonido corrió por cuenta de las máquinas novedosas con las que el Indio comenzaba a jugar, y que lo acompañan hasta hoy en su recorrido solista. Un disco que partiría para siempre la relación musical de una de las duplas más prolíficas e interesantes de la música popular argentina: Solari-Beilinson. Skay continuaría caminos en soledad por las rutas del rock y el blues, cultivando una paleta sonora de una belleza preciosista.
La recuperación de Momo y del carnaval le permitieron también a la banda construir un relato a lo largo del disco que simulaba las entradas y salidas de las murgas, pero en su faceta más más crítica y aguda. El desencanto ante una realidad de horror. Sigue Solari: “estaba viviendo en un país donde se desarrollaba un carnaval permanente que era muy peculiar: una suerte de Macondo neoliberal, que no tenía gollete. Algo que ni siquiera era real, era un carnaval sampleado al que nadie conducía. Un show con violencia y ruido, en el que no había ninguna esencia en juego. Un carnaval enviciado de gente poderosa, ubicada en sitios privilegiados que les permitían hacer una masacre o llevar adelante cualquier capricho que tuvieran. Fue una etapa muy loca. Momo relata ese delirio que arrancó con el menemismo: una caravana interminable de desesperados y locos, donde todo podía ser, todo podía ocurrir”.
Aunque resulte extenso, volvemos a sus palabras: “Por eso aparece Momo Sampler. El carnaval es eso, la mascarada: una fiesta basada en el principio de que, mientras dure, no se sepa que vos sos vos, de tal modo de permitirte hacer lo que quieras. ¡Durante el carnaval, vale todo! Investigué bien el asunto, leí muchos libros sobre el tema. Por eso hablo de la Reina Momo. La transformación de reina en rey fue cosa de un Papa que dijo: Mejor machito, porque de otro modo las mujeres se nos van a descajetar”.
El carnaval como concepto permitía desarrollar una crítica a una realidad circundante que estaba a punto de estallar. “El carnaval es un rito que da vía libre a la gente para que tome sustancias que la lleven a un estado de ebriedad, de desinhibición; el grado de intoxicación necesario para despojarse de todo lo que el neocórtex registra como burocrático. Ahora bien, el carnaval tradicional es cíclico. Después del festejo viene la Cuaresma, el ayuno, el cambio en los comportamientos. Acá no. Acá el carnaval es permanente. Vivimos en un mundo donde todo es apariencia. La gente piensa que la impostura está tan sólo en aquellos que detentan el poder, pero no es cierto. Todo el mundo pretende ser algo distinto de lo que es. Nadie quiere asumir lo que pasa. Se contentan con contemplar el biombo que ponen entre ellos y la verdad. Y ese biombo lo construyen los medios. ¡Ellos son el biombo!”
Fue por todo esto que, sin dudas, el lugar ideal para presentar el disco era Uruguay, y en especial Montevideo. Y hacia allí fuimos, a conquistar la otra orilla del amarronado Río de la Plata.
Una Misa carnavalesca
Las fechas elegidas coincidían con el feriado nacional por el Desembarco de los 33 Orientales, motivo por el cual serían domingo y lunes los días que nos tocaron. Remembranzas de desembarcos vivimos quienes ocupamos todos los buquebus, cachiolas y transportes posibles para llegar al paisito, en una invasión que causó preocupación por las posibles consecuencias que los mass media anunciaban como devastadoras. La policía charrúa también creyó que así sería, y por eso generó más de un disturbio a la entrada y a la salida.
Pero dentro del Estadio Centenario, fue sin dudas una de las mejores experiencias que vivieron Los Redondos y su público en su época final. Un completo entendimiento mutuo, sin conflictos ni cortes abruptos, sin escenas por fuera del escenario que interrumpieran la propuesta estética. Una comunidad organizada, por donde fluían los anhelos y esperanzas de una vida menos monocorde y farsesca. Aquellas bandas también depositábamos en Patrio Rey nuestras creencias, aquella totalidad ante la que no nos sentíamos defraudades, desde donde creíamos posible forjar nuestras individuales resistencias, en un ser comunal. Parte del mito que aún sigue creciendo se forjó en esa expectativa, en esa escena ante la que nos podíamos reconstruir de las falencias que permanentemente nos imponían.
Fueron dos días de una misma lista pulida hasta el extremo, donde se presentaban por primera vez canciones que nunca habían sido tocadas en público, y que ni siquiera había grabado la banda en estudio. Pero el sonido resultó arrollador, presentando variantes en vivo que volvieron aún más interesantes a las canciones, como el solo de saxo final de Dawi en “Pensando como una acelga”, que nos hace extrañarlo ante la frialdad del disco.
El registro al que hoy se accede en las redes muestra la consolidación de la banda en vivo, el diálogo de la nueva etapa estética con el pasado sonoro, la brillante presencia en escena de Skay, la permanente fidelidad de las bandas. Mi recuerdo se queda en la hermosa postal que presentaba el Centenario con el escenario en el campo de juego y el público sobre las gradas de la popular, lo bien que se escuchaba y que se podía apreciar, la llegada de la banda caminado por la cancha ante el recibimiento explosivo que se le brindaba.
Hubo un momento para el recuerdo de Walter Bulacio, de cuyo asesinato se habían cumplido hacía muy poco 10 años, como ahora hacen 30. Un sentido homenaje conjunto, en escena, ante una pérdida que abrió y aún abre muchas de las heridas que nos siguen desangrando. Y que emparentó para siempre a la banda con la resistencia antipolicial, el enfrentamiento con las fuerzas del orden, la resistencia ante la violencia institucional. Un aire de tragedia que envolvía la escena, y que en aquél 2001 traía sin dudas rumores de tormentas.
Me contradigo si recuerdo que quizás fui porque no sabía cuántas misas más podríamos apreciar, gastando todos los ahorros de un año que venía de malaria, y que ya nunca volvería a remontar. Es probable que sea mi recuerdo presente el que me hace pensar en que quizás 20 años atrás también sospechaba que serían nuestras últimas misas. El acto final llegaría en agosto del mismo año en Córdoba, con variados incidentes, y la separación que estallaría en una feroz discusión a fines de octubre, con shows programados para diciembre en el Estadio Unión de Santa Fe que nunca sucederían, y el anuncio del final que llegaría en noviembre de aquél fatídico 2001, como un parate momentáneo que sería con el tiempo permanente.
La experiencia vital de aquellas jornadas uruguayas aún nos recorre, y sigue sembrando herencia en las miles de reproducciones virtuales, y en las historias que van pasándose de boca en boca. Y también en estas palabras, que intentaron presentar un mapa de lo que significó la visita de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota al Uruguay, teniendo siempre muy en claro que lo mejor de lo que allí vivimos no nos será posible de evocar. Con el reciente recital de Los Fundamentalistas con un Solari en las pantallas, y esta endiablada pandemia que nos persigue, rememorar el final montevidiano de Jijiji, con cuerpos danzando una emulación carnavalesca ante la angustia del final, nos trae el pasado de otra vida que esperamos alguna vez recuperar. Pero sabiendo también que, sin Patricio Rey, ya nada será igual.
Añadir comentario