Momo Sampler: un arte para un tiempo por llegar

Por Mariano Molina

Te prometemos que en la alegría y la risa del festival nadie osará dar una interpretación siniestra a tu repentina vuelta a la forma humana. Con esta simple definición podemos comenzar a leer y vivir la propuesta de Momo Sampler, atestiguando el mantenimiento del espíritu redondo, más allá de tecnologías o convocatorias multitudinarias. 

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Pasa que unos compañeros de ruta me invitan a balbucear algunas palabras a veinte años del último disco de Los Redondos. Venimos escribiendo juntos sobre esta música, nuestra música, y tantos otros temas que nos atraviesan. Este desafío que proponen, pone antes que nada, una verdad indispensable: ningún texto podrá acaparar la multiplicidad de la experiencia redonda en sus más diversos vericuetos. Una vez aceptada esta premisa, que pone freno a cualquier impulso totalizador y anula los egos propios de cada época, intentaremos adentrarnos en algunas cuestiones que vienen resonando a lo largo del paso del tiempo. 

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Pensar en veinte años es pensar literalmente en muchos mundos dentro de nuestras vidas. Y es pensar literalmente en este siglo, sabiendo que Los Redondos dan sentido, cuerpo e identidad a generaciones formadas en el siglo XX, o al menos a finales de este.   

Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota es -indudablemente- una banda que, con el paso del tiempo, podes conectarla con los momentos sociales y políticos de nuestro país, siempre desde la perspectiva de la contracultura y el mundo del rock. Sus discos y sus letras interactúan vivaz y conflictivamente con cada una de las etapas que vivimos, desde el año 85 en adelante. Sin embargo, con Momo Sampler, me sucede algo muy fuerte: poco tiempo después de aquel diciembre de 2001, empecé a sentir que es el disco que más conecta con esa crisis política, económica, social y cultural del país. Las imágenes de Plaza de Mayo y sus alrededores, en esas jornadas de diciembre, tienen en Momo Sampler su propia banda de sonido. En un intento ligero y tosco de análisis semiótico, escuchar o recordar esos primeros acordes y riffs que abren el disco es el significante que conecta directo a las postales vivientes de Plaza de Mayo, las corridas en las calles aledañas o los enfrentamientos y saqueos en algunos lugares del conurbano.  

Obviamente que todo esto puede ser entendido como una arbitraria construcción, pero los invito a revivir esas experiencias artísticas caseras del siglo XX. Es decir, pueden poner el disco a sonar en CD o en una plataforma virtual, sentarse cerca del parlante o colocarse auriculares, subir el volumen y cerrar los ojos. Y cuando empiecen a escuchar las texturas electrónicas piensen en las imágenes de la revuelta, las corridas, las resistencias, las Madres, las fogatas en las esquinas y podrán vivir esa experiencia: esa música fue hecha para un tiempo por llegar y que nadie imaginaba. Momo Sampler se hizo para el futuro. Y esa misma sensación recorre la mayoría de los temas, incluída sus letras, melodías, riffs y efectos electrónicos.  

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La impronta del último disco redondo, indudablemente, es la impronta de los cambios que el Indio Solari empezó a introducir en la banda, insinuada en Luzbelito, puesta a prueba en Último Bondi y consolidada en Momo Sampler. En esa trilogía se conforma la última etapa redonda, pero fundamentalmente se entiende la búsqueda que Solari va a sintetizar más adelante en sus discos solistas, ya iniciado el siglo XXI y los profundos cambios políticos de estos tiempos más cercanos. [Salto de ajuste de texto]La actualidad de algunas letras asombra y conmueve cuando se las piensa en el contexto que salieron a la luz. La necesidad del Sheriff sigue presente, tanto como la eternamente agotada  Murga de los renegados, que claman una mejor vida y no detienen marcha o el sueño de las virgencitas en los suburbios y el Rato molhado. Muchas de esas escenas van y vienen a lo largo de la historia redonda y el camino solista del Indio, que no es otra cosa que recorrer más de 35 años de historia nacional, algo que también espanta y duele, porque la persistente presencia de esas escenas recuerdan las deudas que todavía no han podido saldarse.  

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Con la salida de Momo Sampler me viene un recuerdo de los años de facultad y los debates políticos y culturales. Los Redondos seguían siendo la expresión de una cultura rock que tenía poco y nada que hacer en las aulas y pasillos universitarios, aunque entendieron y expresaron la realidad social con más agudeza que muchos personajes que transitaban -y transitan- las ciencias sociales, y que siguen dando explicaciones erráticas de cómo se organiza el mundo.  

En esos pasillos siempre conversábamos con una compañera que realizó una gran revista del submundo del rock, denominada El Biombo. Ella me advirtió algo grandioso que encerraba el planeta redondo y que, al calor del tiempo, adquieren mayor significación. Cecilia, la compañera docente en cuestión, planteaba que a este disco -que era una novedad musical de la época- había que sumarle el enorme valor de la producción gráfica. “Ese arte llega a los rincones de diversas clases sociales”. No sé si eran las palabras exactas, pero era el espíritu concreto y llano de lo que me transmitió. Eran tiempos donde todavía se compraban CD y lo que ella expresaba, de alguna manera, encerraba la democratización del arte que proponían Los Redondos para pibas y pibes de infinitas barriadas de los márgenes y las ciudades. 

El enorme valor de la producción de Momo Sampler (lo tengo hace semanas en mi escritorio), con su presentación en goma con imanes y el escapulario en el centro, junto a todas las cartas o figuritas realizadas en una gran calidad técnica de papel y con ilustraciones coloridas, configuran lo que intentaron siempre Los Redondos y, probablemente, haya alcanzado su grado máximo de expresión en esta presentación: la producción artística se expresa en la música, pero también es poesía, dibujos, ilustraciones, formas de comunicar, panfletos, escenografías, materiales gráficos de colección, etc. Una propuesta integral que alcanza la máxima calidad en uno de los momentos más trágicos del país y -paradójicamente- al final de la carrera. 

El intento permanente de democratización del arte en Los Redondos siempre fue expresado en algo totalmente ilógico para el negocio del rock y aledaños. El mainstring cómo dicen algunes o la superestructura para usar terminología un tanto más vieja. En variadas ocasiones, la banda hacía recitales en estadios dónde había entradas diferenciadas entre la popular, la platea o el campo. Sin embargo, siempre existió la posibilidad de habitar cualesquiera de esos lugares si la infraestructura lo permitía, algo que causaba enojos en algunos que pagaban entradas más caras y enormes satisfacciones en quienes sólo tenían dinero para la más barata. Esa actitud de anarquía semi controlada hacía de los recitales un espacio de iguales, que de alguna manera intentaba repetirse en las producciones artísticas. Esa gran calidad en la propuesta del CD es un intento democratizador, en la medida en que no existieron ediciones limitadas o premium, y los productos no distaban mucho de lo que eran los precios del mercado, pero a cambio de una producción de colección con ribetes de masividad.  

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Democratización y compromiso con la época son dos instancias claras del arte redondo que se expresaron magníficamente en su última producción artística. Esa propuesta evoca un universo y un espíritu instituido y constituído en cada uno de los encuentros redondos: el carnaval, el regreso del diablo, el lugar de los iguales, el ámbito de todas las expresiones permitidas, la vida sin tapujos, el principio ordenador del placer, el carnaval de la emulación y la promesa cumplida que en la alegría y la risa del festival nadie osará dar una interpretación siniestra a tu repentina vuelta a la forma humana…  

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Círculo Ecuador

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