«La experiencia libertaria de Mayo, nos invita a pensarnos nuevamente como esa sociedad en transición, esa identidad colectiva que aún está por forjarse y que nos posibilita la no tan lejana utopía de reinventarnos como una comunidad plural»
Por Abril García Mur
Llega el 25 de mayo, y en contextos no pandémicos – o a través de una extraña virtualidad – se inauguran las tradicionales interpretaciones de nuestra no tan lejana Revolución. Los varones con galera y traje, las nenas con peinetas, mantones y abanicos españoles. Algunas escuelas insisten con el corcho en la cara de nenas y algunos nenes para oscurecer su piel y ponerles una canasta de empanadas en la cabeza, o pantalones de gaucho. Si los pueblos originarios aparecen en escena- rara vez- será con una pluma en la cabeza y un rol más que secundario. La foto del 25 de mayo de 1810, división sexual del trabajo, división de clases, divisiones raciales. Los blancos por un lado con orgullo protagonista, las blancas por el otro acompañando con aplausos. Los negros en laborales, las negras vendiendo. Los indios y las indias pasando de casualidad por atrás.
La Revolución que nos quisieron imponer, la de varones blancos y criollos, bien distinta es a la que los documentos históricos nos revelan. La participación de las mujeres – blancas, mestizas, negras, criollas, chinas o indias – en la defensa de la tierra y los ejércitos libertarios; los gauchos, los negros, los indios en las filas revolucionarias, o en comunidad enfrentando ingleses y españoles; quiebran el sentido histórico mitrista. Para identificar tiempos históricos, en lo que respecta a la visión de una Argentina inclusiva de los pueblos originarios, el antropólogo Carlos Martínez Sarasola expone que a partir de 1820 las políticas estatales nacionales viran hacia el genocidio étnico y cultural de aquellas comunidades, política fortalecida por la infame generación del PAN. Las comunidades afrodescendientes esclavizadas para luego ser desplazadas o enviadas a las guerras son también invisibilizadas en esta falsa historia oficial. Las mujeres, por nuestra parte, desconocidas como sujetas políticas, como estrategas libertarias, como políticas, como revolucionarias, confinadas a ser las cebadoras de mate de los gauchos, o las abanicadoras de señores criollos.
Sobran los nombres, los datos, las experiencias que personalizan la realidad de uno de nuestros hitos históricos en donde las mujeres, las comunidades afrodescendientes y las indígenas aparecen no como decorado sino como protagonistas en la utopía de una p/matria independiente, soberana y libre. Un proyecto que comienza en la defensa contra las invasiones inglesas, que triunfa en mayo del 10 y que culmina independiente en 1816. Manuela Pedraza, la Tucumanesa, dio batalla contra los ingleses junto al Batallón de Patricios. Martina Céspedes, también heroína de la resistencia popular a las invasiones en 1806 y 1807, nombrada defensora de Buenos Aires y sargenta mayor del Ejército. Martina Silva de Gurruchaga, figura clave para Belgrano en Salta, capitana de su ejército. Macacha Guemes, política destacada durante la Revolución y durante los años posteriores para la firma de la Independencia. Mariquita Sánchez de Thompson, también política distinguida de los años revolucionarios. María Remedios del Valle – uno de los ejemplos individuales que retrata la valentía de muchas – mujer y afrodescendiente, conocida como «la capitana» o «madre de la patria» por sus compañeres, miliciana durante la segunda invasión inglesa, revolucionaria de mayo, e integrante de las expediciones de uno de los ejércitos libertarios hacia el Alto Perú. Ellas, algunas, las recordadas, las que los documentos nos permiten nombrar, indudablemente revolucionarias y libertarias llevan en su nombre la silenciosa tarea de tantas otras en la búsqueda de la libertad para nuestras tierras. El Sargento Cabral, quien salva a San Martín en la batalla de San Lorenzo; o el «Negro Falucho» también soldado sanmartiniano, son otros ejemplos de libertarios afrodescendientes que representan a muchos otros, incluso esclavizados, que se sumaron al proyecto revolucionario.
Retomando al antropólogo argentino Sarasola, las comunidades originarias no solo establecieron puentes con libertadores como Moreno, Castelli, Belgrano, San Martín o Guemes, sino que también quienes estaban en las zonas pampeanas tuvieron una participación activa en el aviso de las invasiones que llegaban a las costas quilmeñas y en la defensa de las tierras contra los ingleses. En “El Mayo Indígena”, Sarasola afirma que la defensa ante las invasiones inglesas encuentra a “indígenas, criollxs y negrxs juntxs frente a un agresor común (…) una ráfaga de historia lxs encontraba del mismo lado, integrando la nueva sociedad que se estaba conformando” (agregamos lenguaje inclusivo) En el ejército que acompañó a Belgrano las comunidades también estuvieron presentes, así como jefes Mapuches fueron quienes autorizaron a San Martín a cruzar los Andes ofreciéndole sus guías, ya que el libertario reconocía a la comunidad como “los dueños de las tierras”. La declaración de la Independencia por su parte, fue traducida al guaraní, al quechua y al aymará. Y fue el propio Belgrano el que impulsó en el Congreso de Tucumán un proyecto de “monarquía atemperada”, como recuerda Sarasola, en donde la corona sería entregada a Juan Bautista Túpac Amaru, descendiente de la casa de los Incas, y la capital residiría en Cuzco. Sarasola establece que incluso en esas tierras divididas a partir de una frontera imaginaria entre Buenos Aires y “el interior” eran espacios en donde varias de las comunidades originarias, sin renunciar a sus identidades, apostaron también a participar de la nueva sociedad junto a los gauchos, las chinas, les mestizes, las comunidades afrodescendientes. Aquel proyecto emancipador que suponía la integración de próceres como San Martín, Belgrano y Moreno, quedó absolutamente truncado por las generaciones de unitarios que excluyeron, segregaron y violentaron a los pueblos, y particularmente la roquista de la década de los 80 que consumó un modelo de Nación basada en el genocidio a las comunidades y el saqueo de sus tierras
Entre 1806 y 1820 Sarasola identifica un momento de transición, en donde la nueva comunidad argentina se encuentra en proceso de gestación, en donde la posibilidad de una sociedad inclusiva aparece con fuerza ante los procesos libertarios y revolucionarios. Las mujeres populares, las comunidades afrodescendientes, los pueblos originarios, no solo ocupan un lugar primordial de la Historia – a pesar de querer ser ocultades – también, representan hoy la potencia de empujar la idea de una soberanía popular que se base en la plurinacionalidad, el reconocimiento a la diversidad, y la redistribución de derechos para una plena ciudadanía que nos reconozca iguales en la diferencia. Pensar una Argentina – como la del mayo revolucionario – expandida, sin fronteras limitantes, ni gendarmerías represoras. Una Argentina que deje de invisibilizar y esconder aquella herencia afrodescendiente que supo liberarse de la esclavitud. Una Argentina que nos reconozca a las mujeres protagonistas de nuestra historia, nuestro presente y nuestro futuro. La experiencia libertaria de Mayo, nos invita a pensarnos nuevamente como esa sociedad en transición, esa identidad colectiva que aún está por forjarse y que nos posibilita la no tan lejana utopía de reinventarnos como una comunidad plural.
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